jueves, 24 de julio de 2008

DEGUSTACIONES VERTICALES DE VINOS DE BORGOÑA


Te gustan los vinos viejos, cuando evolucionan bien puedes llegar a descubrir aromas que jamás estarán en vinos más jovenes de guarda, eso se llama la experiencia de la madurez:

¨Hay cosas que hay que escribirlas, aunque sea sólo como referencia o para la posteridad. Y los vinos que tuvimos la fortuna de beber hace unos días desde luego lo merecen; una vertical de Musigny de Joseph Drouhin de 1979 a 1945 aderezados por algunos champanes y algún otro blanco. Y al día siguiente grandes vinos de todo el mundo, Clos Ste.-Hune, Haut-Brion Blanc, Ridge Monte Bello, Tondonia, Vega Sicilia y otros viejos burdeos remontándonos de nuevo a 1945… Siempre se aprende con este tipo de degustaciones, se descubren productores y se sacan conclusiones, que compartiremos hoy aquí con ustedes.
Cuando un vino viejo ha evolucionado correctamente, es magnífico e insuperable por vinos jóvenes. Pero también está claro que a partir de cierta edad no hay grandes vinos, sólo hay grandes botellas, ya que la conservación o la simple fortuna con el corcho y otras muchas variables determinan la calidad de lo que vamos a encontrar dentro.


El Musigny es una de las mejores y más famosas viñas del mundo. Este Grand Cru de 10,86 hectáreas repartidas entre una docena de propietarios, situado al sur del pueblo de Chambolle al cual añade su nombre desde 1882, pasando a llamarse éste Chambolle-Musigny, produce una media de 40.000 botellas al año. La mayoría, 7,14 hectáreas, pertenece a Georges de Vogüé, seguido de Mugnier (1,14 ha), Jacques Prieur (0,77 ha), Drouhin con 0,67 hectáreas y una serie de pequeños propietarios como Leroy, Jadot, Roumier o Faiveley. Preámbulo: como a menudo, champán y borgoña blanco Estas botellas no se pueden catar y escupir, así que la sesión estaba organizada como una cena, en la que cada vino sería acompañado por un plato. Y así comenzamos, como era de preveer bebiendo un poco de espumoso.

Un Dom Perignon 1973 y un Comtes de Champagne 1971 de Taittinger. Dom Perignon es sin duda el gran vino de mayor producción (las cifras no son claras, pero hablamos de millones de botellas), la ‘cuvée’ de prestigio de Möet & Chandon cuya primera añada fue 1921. Este 1973 era una botella original de cuando salió al mercado allá por 1978, así que había estado descansando ya degollado durante unos 30 años. El color dorado denota la madurez, con una nariz llena de manzanas asadas, notas de miel, cera de abeja, trufa blanca y frutos secos. En la boca la espuma está muy integrada, es largo con un cierto amargor final. Posiblemente es un vino que ha hecho maloláctica, y se le nota potente, y complejo, muy complejo. El Comtes de Champagne 1971 tiene un color todavía más pálido, o más joven, como prefieran. Más cerrado en la nariz, tal vez menos intenso y menos complejo. Aquí hay quien lo prefería, y defendía su finura (¿sin maloláctica o sólo parcial? ¿mayores rendimientos), frente a otros que preferían la complejidad del Dom Perignon. Fresco, floral, sutil y mineral.

Tampoco podía faltar algún blanco antes de atacar los tintos, y en este caso la transición la proveyó un Corton Charlemagne 1992 de Jean-François Coche-Dury , uno de los vinos más escasos, buscados y caros de toda la Borgoña. Al abrirlo dio notas muy tropicales -1992 fue una añada cálida, de blancos voluminosos- apareciendo los recuerdos yodados y bastante tostados al servirlo en la copa. Abundantes cítricos y ecos calcáreos aparecen con la aireación, tornándose el conjunto muy balsámico, hasta el punto de recordarnos a esas notas tan características de los vinos de Ramonet. Fresco y con un color todavía joven, el yodo se entremezcla con los frutos secos. La viña de Coche está situada en la parte de Pernand, que es más fresca y se comporta mejor en las añadas más cálidas, posiblemente en casi todas en este nuevo milenio… Lo que sí es claro, a pesar de que algunos mostraran su preferencia por este vino con algunos años menos y otros dijeran que todavía no había alcanzado su punto máximo, es que la madera, bastante presente en los vinos jóvenes de Coche, se encontraba totalmente integrada.

Musigy 1979 – 1945 Después de tanto –y tan buen- preámbulo, todos andábamos deseando hincarle el diente al Musigny . Empezamos simultáneamente con las dos añadas más recientes, 1979 y 1978. Obviamente el 78 era la gran añada y se notaba en la comparación. Pero el 1979 , una añada menor, fue también una gran sorpresa, y más de uno se apuntó buscarlo (¡ni una botella en oferta en wine-searcher.com, oiga!). Fresas, flores marchitas, aceitunas, rosas secas, sabroso y largo. Había sido decantado 15 minutos antes. En la copa seguía evolucionando, cáscara de naranja, especias (semillas de mostaza, precisaba alguno)… Una delicia. El 1978 estaba mucho más cerrado a pesar de haber sido decantado unos 45 minutos. Más negro, más intenso, más fresco… finalmente alguien lo clava: “¡huele a boletus! ¡parece una infusión de boletus!”. En efecto la nota de hongos era muy clara, casi hipnotizante. Es un vino potente pero no lo parece, dado que también es enormemente elegante, tanto por el carácter de la viña como el estilo de Drouhin que es más de vinos equilibrados y sutiles que de grandes estridencias. En la boca es profundo y mineral, casi salado. La nariz es fascinante, y volvemos a la copa una y otra vez sin poder evitarlo... Pasamos a la década de los 60, con dos añadas consecutivas, 62 y 61, y al igual que en el ‘flight’ anterior, el más viejo de una añada casi mítica. Al servir el 1962 nos vinieron unos aromas claramente mustios y algo de volátil, que nos hizo pensar lo peor… el temido corcho. Hay una pequeña discusión, corcho, no corcho, parece que sí, parece que no, va y viene… El caso es que el vino es tan potente que casi podía con el corcho. “Es el mejor vino con corcho que he probado jamás”, declaramos, y todos rieron; por no llorar, claro. El caso es que algunos seguían diciendo que no era claro, que algo mustio sí, pero no corcho... Mientras tanto se había servido ya el 1961 . Era una de las botellas con mejor nivel, así que era de la que menos sospechas se tenían, pero… el vino está muy avanzado, un poco oxidado, con notas de polvo de ladrillo, oxidado, maderizado. Sorprendentemente había botellas de ‘backup’ para un par de vinos, y el 61 era uno de ellos, así que se procedió a descorchar –todas estas botellas con sacacorchos de láminas, y por una mano experta- una segunda, que resultó ser… ¡prácticamente igual! La verdad es que ninguna de las dos valía, ambas estaban oxidadas y ligeramente maderizadas. “Nunca pensé que pudiera tirar un Musigny del 61”, pensaba mientras vaciaba mi copa en una champanera dispuesta para este momento, ya que hasta ahora nadie se había planteado tirar ni una gota de vino. Curiosamente el 61 fue el primer año en el que Drouhin ya había comprado una pequeña parcela en el viñedo, y no tenía que depender sólo de uvas o vino comprado. Así que volvimos al 62… ¡el caso es que parece un poco mustio, pero ya no estamos seguros! Vuelta a la discusión, que sí, que no, que no está claro… Al haber hecho aparición la champanera algunos vaciaron también su copa del 62. ¡Craso error! En media hora más, el vino se había limpiado, y ¡estaba magnífico! Ya lo veríamos más tarde con otra de las añadas, pero incluso con vinos muy viejos hay que dejarles tiempo, hay que esperarlos, todavía pueden cambiar enormemente en la copa, incluso los que inicialmente parezcan oxidados o mustios... 1959, añada mítica La siguiente tanda –esta noche iban de pares- era de una de las añadas más valoradas de la historia, 1959. Estaba también obviamente la botella de Drouhin, pero también había una de Faiveley de esa añada, así que era más el comparar dos productores en la misma añada. El Drouhin de 1959 empezaba tremendamente especiado, casi salado, y olía a caldo de pollo, magnífico. Muy especiado (no sabemos porqué en nuestras notas escribimos “manzanilla”), fue una añada muy madura, que mostraba alguna evolución. Parece ser que antiguamente Faiveley producía más Musigny que en la actualidad (sus 3 áreas pueden producir tal vez 180 litros de vino), posiblemente adquiriendo parte de las uvas a Mugnier, que no empezó a producir sus propios vinos hasta 1978 y con quien ya tenía una relación con el alquiler a largo plazo del Clos de la Marèchale (alquiler que ha terminado en 2003, y a partir de 2004 Mugnier produce el vino de esta gran viña). Este 1959 representaba magníficamente el estilo de la casa, de vinos cubiertos de color, potentes, concentrados, un tanto cuadrados. En los vinos viejos hay a menudo notas extrañas, en este caso mercromina, arcilla mojada… El caso es que no parecía mucho un Musigny, parecía un vino más cálido. Dado que teníamos un ‘extraño’ en el 59, una de las añadas se había quedado desparejada, un 1949 , embotellado en el Reino Unido, y con la etiqueta antigua, todos los anteriores lucían ya la etiqueta que conocemos en la actualidad. El caso es que el vino también estaba un poco evolucionado, un poco oxidado, y aunque mejoraba ligeramente en la copa nos estábamos ya haciendo a la idea de que los borgoñas tan viejos serían así. Pero… ¡un momento! Hemos probado borgoñas de los años 20 que ¡estaban mucho más frescos! ¡No tienen por que estar así! Bueno, este 49 estaba mejor en la boca e iba mejorando también en la nariz, pero claramente no era una gran botella... Recientemente han aparecido en el mercado unas botellas del Musigny del Comte de Vogüé embotelladas por Drouhin como ‘négociant’. Estas botellas eran desconocidas, y en Drouhin no tienen ninguna de ellas, así que había cierta sospecha. De Vogüé tenía bastantes uvas, y antiguamente solían vender parte a los comerciantes como Drouhin, con bastantes probabilidades las provenientes de las viñas más jóvenes. Por alguna razón en varias añadas permitieron también poner su nombre en la etiqueta, aunque fuera un vino comercializado por Drouhin. Existen al menos 1945, 1947 y 1952 en esta situación. Teníamos los 1947 y 1945 de estos vinos, con una pinta impecable, botellas, cápsulas y etiquetas. Tal vez demasiado impecable… Había alguna sospecha de que las botellas fueran falsas aunque la fuente fuera fiable, pues las falsificaciones que habían sido casi exclusivas de míticas añadas de Burdeos se han ido introduciendo también en Borgoña. Al servir el 1947 , todo nos parecía increíble, el color, todavía un rubí brillante, en la nariz increíblemente todavía tiene abundante fruta roja, con buena acidez, recuerdos de naranja sanguina… ¿Acidez en la añada más caliente del siglo? La verdad es que el vino era increíble, nos importaba poco si era falso, que fuera lo que fuera, estaba buenísimo, uno de los mejores vinos que recordamos. Casi no se hablaba… ¿sería un vino falso? Ante la cuestión alguien declaró haber bebido una botella del Musigny de esta añada en la bodega de Comte de Vogüé, y que ¡era exactamente el mismo vino que estábamos bebiendo ahora! Así que el vino era verdadero, y además una maravilla. En la copa seguía cambiando, salían anisados, el vino era puro, cristalino, un gran, gran vino. El 1945 venía en una botella de la guerra, no había disponibilidad y las bodegas embotellaban los vinos reutilizando cualquier botella que pudieran encontrar. Esta era pesada y oscura, muy diferente a la del 47… ¿sería también el vino muy diferente? La añada tuvo uno de los ciclos de maduración más largos, unos 130 a 145 días, cuando lo habitual es al rededor de 100. Es la añada de fin de la guerra mundial, una añada coleccionada, buscada, muy valorada. El vino ciertamente no defraudó, y fue también el otro que sufrió un cambio espectacular una vez servido, ya que comenzó con unas notas de cierta oxidación que nos dejaron un poco preocupados al principio, para, como un ave fénix remontar espectacularmente el vuelo y desvelar un borgoña de increíble concentración y color. La mayoría lo preferían, pero para nosotros el favorito de la noche fue el 47... Blanco, (semi) dulce y madeira A menudo en Borgoña los bodegueros sirven primero los tintos y después los blancos, pues limpian el paladar.


Más bien porque había un plato de vieiras, se había guardado otro blanco para el final, ni más ni menos que un Meursault Perrières 1990 de Coche-Dury de nuevo, otro vino mítico de añada mítica… Cítrico y lleno de minerales. Abundantes balsámicos, menos cremoso que el Corton pero más enfocado, con más acidez y más frescor, y eso que venía de 1990, otra añada caliente. Totalmente a punto para beberse, pero sin riesgo de que vaya a decaer, y de nuevo con la madera perfectamente integrada. Para un sencillo helado de postre –llevábamos ya seis horas desde que se descorchó el primer Champagne- había otra botella de 1945 , un Huet Vouvray Le Haut Lieu Möelleux . Venía de la bodega, y no sabemos si las rellenan o re-encorchan, pero estaba llena casi hasta el corcho, apenas había una pequeña burbuja de aire en su interior. El color no deja adivinar ni remotamente la edad, es claro, parece un vino joven. En la nariz, notas de cera, de panal, de polen, larguísimo en la boca, ya casi seco, el dulzor prácticamente imperceptible. Puro, delineado y enfocado. Perfectamente equilibrado. Estos tinglados suelen acabar con un Oporto –y no fue porque no lo intentamos- pero se había descorchado ya una botella de Madeira Boal de 1868 , ultraconcentrado, con una acidez brutal, y una nota como de coco (que achacamos a la grandísima concentración) que también encontramos en el Moscatel Toneles de Valdespino. Este madeira se expresaba en frutos secos, dátiles, avellanas e higos secos. Y acidez, una acidez brutal. Como el Toneles... ¡Qué bárbaro!, esto no hay manera de superarlo, pensábamos pero por poco tiempo.


tomado de: http//www.elmundovino.com


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