domingo, 25 de julio de 2010

Los Vinos y la Enología.

Algunos vinos son aptos para beber apenas elaborados. Otros mejoran inconmensurablemente, al ser conservados, a veces hasta 50 años o mucho más, en algunos casos especiales.

Como norma general, estos “vinos de guarda” son los mejores. Pero, ¿por qué? Y ¿por qué existen tales vinculaciones místicas en una vieja botella de vino?.
La mayoría de los vinos blancos, los rosados y los tintos de maceración carbónica son mejores cuando son jóvenes, ya que conservan todos sus caracteres primarios que es lo que se busca.

El placer y la calidad que ofrecen es una cuestión de juventud y frescor. Son sensaciones próximas a la fruta fresca y directas en cuanto a aromas y sabores. Sin embargo, los grandes vinos blancos y la mayoría de los mejores tintos son criados para que alcancen la plenitud de su propio carácter o personalidad, extraído, tanto como sea posible de un suelo determinado y concreto.

Como explica el profesor H. Johnson, estos vinos, en su juventud, poseen un complejo indeterminado de principios: ácidos y azúcares, sustancias minerales y pigmentos, ésteres, aldehidos y taninos. Los buenos vinos poseen mayor cantidad de estos que los vinos ordinarios, y los grandes vinos aventajan a los buenos vinos en este mismo sentido. Esto explica, que al final de su crianza, posean más sabor y aromas más complejos.
Pero se requiere tiempo para que tales elementos se resuelvan a sí mismos en un todo armonioso, y para que se forme el aroma distintivo de la madurez del vino, el llamado bouquet (por analogía con las flores). Hace falta tiempo, y también oxigeno.

El papel del oxigeno no fue descubierto hasta 1863, cuando Napoleón III pidió a Louis Pasteur (padre de la Enología), que averiguase por qué tan gran cantidad de vino se deterioraba en su camino hacia el consumidor, con grave perjuicio para el comercio francés.

Pasteur demostró que un contacto excesivo con el aire permite el desarrollo de la bacteria del vinagre (acetobacter).
Por otra parte, descubrió que son muy pequeñas las cantidades de oxigeno que producen la maduración de los vinos, que la acción del oxigeno no es “brusca” sino gradual, y que en una botella de vino hay disuelta suficiente cantidad de oxigeno como para desencadenar un proceso de envejecimiento que dure años.

Demostró también, al guardar vino herméticamente en tubos de ensayo alternativamente llenos y semillenos, que el oxigeno en el aire del tubo semilleno causaba en pacas semanas el mismo sedimento que se encuentra en las botellas muy viejas, que desteñía al vino tinto y que oscurecía al vino blanco, afectando a su color exactamente como lo hace una edad muy avanzada.

Pasteur averiguo también que incluso el vino cuidadosamente aislado del aire tiene oportunidades para absorber oxigeno, por ejemplo, cuando es trasegado de una barrica a otra o a través de los poros de la madera.

Contó el caso de una barrica pintada (con los poros tapados), cuyo vino siempre parecía, por su sabor y aspecto, un año o dos más joven que el de otras barricas no pintadas. Dejado demasiado tiempo en un barril, un vino termina degradandose, su color desaparece, se pierde su afrutado, y su sabor se hace seco, llano e insípido.

Cada vino y cada vendimia tienen su propia escala de tiempo. Cuanto más maduras las uvas, más vigor y sustancias aromáticas y colorantes habrá en el vino. Dada la dosis correcta de acidez, para evitar que el vino se vuelva blando y llano, el vino de los buenos años, con un gran contenido de “fruta”, agradece su crianza mucho más que el vino de cosechas medianas.

Estas investigaciones aplicadas al vino, estos primeros descubrimientos y deducciones, ampliamente conocidos y remediados o dirigidos hoy día, constituyeron el punto de partida de la enología como ciencia del vino, de la investigación sobre el vino, en donde tanto camino quedaba por recorrer.

Actualmente la enología en una ciencia gracias a la cual podemos elaborar y conservar perfectamente los vinos para poder disfrutar de ellos, pero hoy en día el matiz de arte acompaña sin duda a esta ciencia de la mano, creando así un tándem perfecto.

Para elaborar un buen vino se necesita, a parte de unos conocimientos especializados, arte, duende, tener un toque especial para poder hacer que nuestro vino sea único e inolvidable. Es algo que no se puede medir como la ciencia, pero que es una realidad y gracias a ello existen las diferencias entre un vino corriente y un gran vino, esa chispa propia del autor.

Otro campo artístico que está rodeando el mundo del vino es el diseño gráfico, cada vez se elaboran etiquetas con diseños más punteros y sofisticados embalajes con los que adornar un gran producto y con los que poder entrar al consumidor ya desde el preciso momento que ve la botella.

Como conclusión debo decir que personalmente creo que la enología tiene su mitad de ciencia y su mitad de arte y que si sólo fuese ciencia, todos los vinos serían iguales y la cultura del vino sería algo totalmente cuadriculado.

DAYANA MEDINA
Sommeliere 1995


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